Mi mochila se la han comido los americanos


No, hoy no voy a hablar de política, aunque tal y como están las cosas los políticos cada día dan más miedo y hay muchos que son unos fantasmas. Lo cierto es que lo que quiero es reivindicar una de las tradiciones más importantes que tiene nuestra ciudad y que poco a poco está pasando a un segundo plano, siendo engullida por la globalizadora Halloween.

A lo largo del día de ayer pude ver por las calles, a eso de las nueve de la noche, multitud de adolescentes y niños disfrazados de monstruos, corriendo de un lado para otro, cargados con bolsas de chucherías, con sus padres detrás... en fin, todo un espectáculo propio de las películas americanas, que francamente, no sé muy bien que leches pintan por las calles de nuestra ciudad.

Claro que me gusta que se celebre el día de todos los santos, pero esto en realidad es un cachondeo. Nada tiene que ver esto con nuestras tradiciones, es más, estoy seguro de que ni siquiera los papás de esos niños-monstruo saben de que va la historia de Halloween, y francamente a mi me importa un pepino lo que signifique.

Lo lastimoso es que una fiesta americana, más comercial que otra cosa, como todo lo que hacen los yankees, está haciendo desaparecer una de las tradiciones más arraigadas de nuestra ciudad, El Día de la Mochila. Una de nuestras fiestas más importantes, sobre todo porque si al principio era una fiesta más o menos religiosa, con todos yendo a visitar a los difuntos al cementerio, a día de hoy poco o nada tiene que ver con la religión de unos o de otros, y es una de las pocas cosas que podemos hacer todos los ceutíes juntos, y lo estamos echando a perder sustituyéndolo por una fiestucha americana. Lo otro que podíamos hacer todos juntos era celebrar el Día de Ceuta, pero eso nos lo han quitado.

Sin duda alguna, una de las cosas que con más cariño recuerdo de mi infancia y de mi adolescencia, es el día de la Mochila. Salíamos muy temprano, si no era imposible encontrar sitio, iba toda la familia, padres e hijos, y nos juntábamos treinta personas por lo menos entre niños y adultos. Nada más llegar a la Chocolata, nombre con el que conocíamos a la zona de acampada, era el momento de coger leña, un par de adultos y todos los niños, nos lanzábamos a buscar por todo el monte colindante el mayor número de ramas secas que pudiéramos encontrar, para hacer una buena fogata. Cuando el fuego ya estaba en marcha, llegaba la hora de jugar. Pasábamos el día tirándonos por el monte, lanzándonos piñas, piedras, palos... todo lo que pillábamos era un arma arrojadiza, eramos niños, qué querían que hiciéramos, y si no, a trepar arboles, una gran afición que me costó más de un chichón. No había año que no intentáramos hacer una cabaña, un columpio o cualquier otro invento que hubiésemos leído en la colección “Los Jóvenes Castores”, que si no saben lo que es deberían buscarlo, porque es una de las colecciones de libros más divertida y educativa que se ha hecho nunca.

Luego de habernos puestos perdidos de polvo y tierra, y de haber trepado a todos lo arboles de la zona, era la hora de comer, chuletas, paella, pinchitos, ensalada para las Maris. Menudas comilonas nos pegábamos en el campo, no se veía ni una hamburguesa ni unas patatas fritas en kilometros. Y después de comer, los mayores se preparaban sus cafelitos y era el momento de que los pequeñajos siguiéramos con lo nuestro, a revolcarnos por el monte. Tocaba el turno de recolectar todo tipo de frutos o bichos que encontráramos por la zona, daba igual, la cuestión era investigar y divertirnos lo máximo posible.

Cuando ya empezaba a oscurecer, con el cuerpo agotado, llegaba el momento de volver a casa, la mochila se había terminado, pero por supuesto había merecido la pena, por más arañazos, golpes y cansancio que lleváramos a cuestas, estaba claro que ansiábamos que volviera cuanto antes el próximo día de la mochila.

Desde luego, no lo cambio por nada, aquellos días fueron de los mejores de mi infancia. Por eso me duele tanto que mi hija, que ahora tiene dos años, se crie en una sociedad en la que, hemos cambiado la ropa vieja y las deportivas por el disfraz de fantasma, los frutos secos por la bolsa de chucherías, y pasar un día en el campo, rodeado de naturaleza y curioseando, por los paseos nocturnos dando alaridos de terror. Que quieren que les diga, pero yo prefiero mis tradiciones, prefiero “el día de la mochila”.

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